Si bien convivimos con ellos de una manera casi permanente, hay hechos que nos permiten dimensionar la potencia de los algoritmos que condicionan el modo en el que consumimos información. La muerte del papa Francisco fue un ejemplo cabal: en las 24 horas posteriores a su partida se generaron cerca de 10 millones de contenidos relacionados solamente con su figura y cientos de millones de interacciones en redes sociales, de acuerdo con un relevamiento realizado por la agencia de noticias italiana AdnKronos. Así, a muchos de nosotros, hayamos sido católicos o no, se nos diluyeron las horas entre inagotables shorts, reels y videos que tuvieron a Jorge Bergoglio como protagonista. A tal punto que durante casi una semana, el tema pareció eclipsar agendas políticas, económicas y sociales alrededor del mundo. Y no porque no hayan ocurrido cuestiones que puedan haber sido consideradas noticiables, sino que la potencia de los algoritmos de las redes y de los buscadores (Google, principalmente) es tal que termina silenciando otras discusiones y generando sesgos, con todos los peligros que eso implica.
Pero la espuma ha comenzado a bajar -al menos hasta que aparezca la fumata blanca sobre la Capilla Sixtina- y ahora, que podemos tomar un poco de distancia emocional sobre aquellos hechos, se abre una instancia para la reflexión. Es por eso que en este espacio intentaremos poner el foco en cuatro aspectos que dejó el pontificado de Francisco y que quizás nos sirvan para entender dónde estamos parados.
1- El valor de renunciar
Hay un rincón en la vida de Jorge Bergoglio que suele pasar inadvertido: llegó al cónclave del 2013 casi jubilado. A los 75 años, los obispos están obligados a presentar sus renuncias al Papa. El entonces arzobispo de Buenos Aires ya lo había hecho, pero aún no se la habían aceptado (comentario al margen, vale la pena ver la película “Los dos papas” principalmente por el extraordinario Benedicto XVI que compone Anthony Hopkins, pero también porque esta renuncia ocupa un lugar relevante en la trama y ayuda a entender cómo estos hechos gravitan en la jerarquía de la Iglesia). Hay quienes cuentan que, inclusive, Bergoglio ya había fichado una habitación en un hogar para sacerdotes retirados. Pero llegó la abdicación de Ratzinger a la Cátedra de San Pedro y cambió todo radicalmente.
De algún modo, al convertirse en Pontífice a esa altura de su vida -y no en cualquiera Pontífice, sino en uno profundamente reformista- Francisco nos dio varias lecciones. La primera puede ser, al decir de Borges y de su Jacinto Chiclana, que nadie se arrepentirá jamás de haber sido valiente.
Milei aseguró que la inflación va a bajar y contó sobre la promesa que le hizo al Papa FranciscoLa valentía de Francisco fue desaforada: por asumir semejante responsabilidad cuando ya estaba pensando en el retiro; por renunciar al descanso y al sosiego del anonimato, y enfrentar la dramática labor de líder espiritual de miles de millones de personas, pero sobre todo por animarse a transformar aquello con lo que no estaba de acuerdo - en su caso, nada menos que aspectos de la milenaria Iglesia Católica. Habrá quienes argumenten, a modo de excusa, que hace falta ser un “distinto”, como Bergoglio, para animarse a tanto. Pero tal vez se equivoquen ¿Acaso un emprendedor que se enamora de una idea y que intenta convertirla en realidad no es también es un poco Francisco? O un padre o una madre que son capaces de enseñar con el ejemplo a sus hijos el valor de las cosas simples en contraposición con lo banal ¿no se parecen en algo a Francisco? ¿Y aquellos que miran a los ojos a un desamparado cuando le dan una limosna o lo ayudan en la calle, los que no calumnian ni difaman, los que se resisten a ser ventajeros y los que prefieren la decencia a la corrupción de una coima no reflejan también algo de la sensibilidad de Francisco?
“Francisco nos ha mostrado a Jesús”: La Iglesia tucumana despidió al Papa con una misa cargada de fe y gratitud2- Puentes en vez de muros
La imagen de Donald Trump y de Volodimir Zelensky dialogando sobre un posible fin para la guerra en Ucrania a metros del féretro papal puede funcionar como una síntesis potente del mensaje de Francisco: en un mundo fragmentado, agresivo, insensible y egoísta, la búsqueda de acuerdos y de coincidencias debe ser casi una obsesión para todos y especialmente para los que ocupan espacios de poder. En ese sentido, Argentina no escapa de la norma que parece ir imponiéndose a escala global: el discurso que baja a la sociedad desde sectores centrales de la política es irritante y violento con aquel que expresa disenso. Mientras tanto, en Tucumán nosotros habitamos comunidades cada vez más fragmentadas en las que el otro aparece como un rival. Esto se expresa en la agonía del tránsito diario, en las peleas vecinales e intrafamiliares que hoy engrosan las estadísticas de homicidios, en los barrios en los que reina la desconfianza y el miedo, en los grupos de padres que agreden a los docentes de sus hijos, en la corrupción que puede aparecer en un simple control de tránsito o en una licitación pública, en las canchas de fútbol y en un sinfín de espacios en los que nos movemos a diario. Entonces, la gran pregunta es: ¿estamos dispuestos tender puentes entre nosotros? ¿O nos vamos a dejar arrastrar por aquellos que buscan levantar muros?
3- Sencillez
En la noche romana del 13 de marzo de 2013 y en medio de la algarabía que había generado el trémulo “habemus papam” del cardenal Tauran, muchos pueden haber sentido una sensación indefinida, de esas difíciles de explicar y que uno termina comprendiendo cabalmente tiempo después: la imagen de la primera aparición de Francisco en el balcón de la basílica de San Pedro lucía incompleta, inacabada, escasa. A ese Papa sonriente le faltaba algo. En realidad, él mismo había decidido prescindir de algunos de los ornamentos regios que sus antecesores usaron en la misma ocasión y que a ellos les habían proporcionado aquel aspecto majestuoso del que él carecía.
Murió a los 116 años la persona más longeva del mundo: una monja brasileña bendecida por el papa FranciscoEl contraste permanente del inabarcable Vaticano con la sencillez que enarboló Bergoglio desde el primer minuto en aquel balcón fue un emblema de su papado. Y hoy nos puede servir como una brújula para encontrar el camino cuando nos sentimos perdidos en la vorágine de consumo en la que está envuelta una parte de la sociedad. Por ejemplo, cuando un hijo nos pregunta por qué no le compramos los mismos juguetes que tiene alguno de sus amigos o por qué no hacemos los mismos viajes que otras familias del colegio; cuando estamos por endeudarnos para cambiar el auto por un modelo al que todos aspiran, pero que está fuera de nuestro alcance; cuando nos desvivimos por adquirir bienes con el fin -entre otros, claro- de presumirlos en las redes; cuando nos zambullimos en un esquema ponzi con plena conciencia del riesgo, pero cegados por la ambición de un retorno inverosímil; cuando nos da bronca que otros puedan acceder a más y mejores posesiones que nosotros; cuando nos olvidamos de los que menos tienen… En momentos como esos el recuerdo del Papa despojado puede ayudarnos a poner las cosas en su lugar.
4- Misericordia
El Dios que Francisco predicó es el Dios de la misericordia, un Dios bueno, que no se cansa de perdonar y que contrasta con aquel Dios enojado que siempre tiene el castigo a mano y que tanto nos inculcaron en el pasado. Acá no hace falta ser católico para comprender la trascendencia del mensaje. De hecho vamos a parafrasear a un ateo confeso, como Isaac Asimov, para darle su verdadera dimensión: no es el temor al castigo lo que nos hace buenos o malos. Hay una moral, una conciencia que nos lleva a la bondad, a la decencia. Y es nuestro deber practicarla con entusiasmo. Como nos enseñó Francisco.